El poeta y el presidente

Ricardo Lugo Viñas

El 14 de enero de 1960 el presidente Adolfo López Mateos (al que se le conocía con el remoquete de López Paseos) inició en Venezuela su gira de trabajo por América del Sur. Ese día fue recibido por el mandatario Rómulo Betancourt en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar. Cómodamente apoltronados en un Lincoln Continental descapotable, ambos presidentes se condujeron al Palacio de Miraflores, sede del gobierno venezolano, en el corazón de la aglomerada y bulliciosa ciudad de Caracas. López Mateos saludaba y respondía, inmodesto y con gesto de gentleman, a los vítores y hurras que el gozoso y desvivido pueblo le ofrecía a su paso. Era la primera vez que un presidente mexicano visitaba el país de Simón Bolívar.

Como suele suceder en las visitas oficiales, a López Mateos se le trató como a monarca en alfombra roja. Hasta que, amargándole la existencia, un periodista venezolano se atrevió a  increparlo: “Señor presidente, ¿qué opina de lo declarado recientemente por un colega mexicano, acerca de que la Revolución mexicana ha muerto y ha sido usufructuada y secuestrada por un grupo en el poder?”.

El presidente derramó bilis y su alba sonrisa desapareció. Parco y visiblemente incómodo, López Mateos reviró con otra pregunta, tal como lo dicta la táctica política:
—¿Qué periodista dijo eso?
—Se llama Leduc, señor presidente.
—¡Ah! —el mandatario se sosegó y continuó en tono socarrón—. Renato Leduc es un poeta.

Y, tan tan, asunto zanjado. A López Mateos le regresó el color al rostro, su impostada sonrisa se reinstaló en su sitio y la gira por Venezuela continuó según lo planeado, cual miel sobre hojuelas. Aquí cabe recordar que, en aquella época, cualquier viso de crítica al relato oficial de la Revolución –de la que los posteriores gobiernos se decían herederos– era un tema delicado que entrañaba escozores, dogmas y ofuscamientos. Meses antes, en 1959, Renato Leduc había sido invitado precisamente a Caracas para conversar con periodistas, poetas e intelectuales sobre periodismo, poesía, libertad de expresión, movimientos sociales en América Latina y, desde luego, sobre la Revolución que Leduc había vivido en carne propia y de la que era un porfiado y sesudo crítico.

Pero ¿quién era ese hombre que había señalado la muerte de la Revolución mexicana a los periodistas venezolanos? A Renato Leduc, para entonces, lo leía lo mismo el presidente de la República que los ruleteros. En sus columnas periodísticas denunciaba “lacras y errores” de la clase política mexicana, granjeándose así despidos, hostigamientos y censuras.

De él se decían –y aún se dicen– mil y un verdades y leyendas: que fue el único hombre al que María Félix le propuso matrimonio; el mayor conocedor de los “bajos fondos”; el inventor del caldo tlalpeño; “un cabrón que así hablaba”; el último de los bohemios disolutos; el presidente vitalicio de la Real Academia del lenguaje popular mexicano; un bardo de cantina que –tal como señaló el escritor dublinés Brendan Behan– concebía la borrachera como una de las bellas artes; un “anarquista prudente” y “periodista con mala leche”; patriarca de Los Nivelungos (parroquianos de casta de la extinta cantina El Nivel); telegrafista de la División del Norte; autor del celebérrimo poema “Tiempo” y del clandestino y codiciado libro Prometeo sifilítico, que los jóvenes mecanografiaban a escondidas…

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