El festín de Moctezuma

O “después de un buen taco, un buen tabaco”

Ricardo Cruz García

“Señor, mi señor, gran señor”. Tales eran las palabras de reverencia al ver al “gran Montezuma”, según Bernal Díaz del Castillo. En noviembre de 1519, poco después del encuentro entre el capitán Hernán Cortés y aquel huey tlatoani de México-Tenochtitlan, ese cronista-soldado y otros españoles estaban asombrados del mundo con el que se habían topado: los templos y palacios, las riquezas, los paisajes, las costumbres y, por supuesto, la comida.

Para Díaz del Castillo, Moctezuma era aficionado a “placeres y cantares”, en especial cuando los disfrutaba alrededor de una mesa. Sin dejar de lado los motivos políticos y personales que pudieron llevar a los españoles a magnificar sus acciones y lo que veían en las tierras mesoamericanas, su mirada ofrece indicios del universo gastronómico de la élite del imperio mexica que vale la pena evocar para acercarnos a lo que era la comida prehispánica.

Unos datos sólo para abrir boca: los cocineros del tlatoani le tenían treinta tipos de guisados, elaborados “a su manera y usanza”, encima de braseros de barro para que no se enfriasen: “Cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra, pajaritos de caña, y palomas y liebres y conejos, y muchas maneras de aves y cosas que se crían en esta tierra”. Sin duda, una amplia diversidad de ingredientes que seguramente se reflejaba en una rica gastronomía.

El protocolo también era importante. Para empezar, el tlatoani se sentaba ante una mesa cubierta por níveas mantas y pañuelos; luego, cuatro mujeres “muy hermosas y limpias”, quienes estaban a su entero servicio durante la comida, le daban agua para lavarse las manos en un xical o palangana. Cuando Moctezuma estaba listo para dar rienda suelta a los placeres culinarios, ponían delante de él una especie de biombo de madera para evitar que le viesen, aunque a su lado podían estar “grandes señores viejos”, quienes le amenizaban el festín mediante sabrosas pláticas y uno que otro consejo.

Los platillos se servían en barro de Cholula, ya fuera “colorado” o “prieto”. Como entrada de los manjares del día, sobresalían las infaltables tortillas de maíz, elaboradas también por dos mujeres “muy agraciadas” y amasadas con huevos y otras “cosas sustanciosas”. Esas tortillas destacaban por su blancura y las ponían ante Moctezuma en unos platos cobijados con
pulcros paños. Igualmente le traían fruta de “todas cuantas había en la tierra”, de las que, sin embargo, comía poco.

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